viernes, 14 de noviembre de 2008

La ciudad observada

La ciudad me observa silenciosa
desde cada una de las hojas de sus árboles de liquidámbar,
desde sus avenidas congestionadas de coches
y sus retorcidas callecitas empedradas.
Me mira desde lo alto de sus edificios y desde
las superficies pulidas de todas sus plazas.
No es que me reconozca,
ni que le importe lo que me pasa,
es sólo que no puedo evadir su mirada.
Me incorporo al chorro de gente
ocupada en su vida diaria
y aunque me reflejo en todos los rostros,
en ninguno encuentro mi cara.
La ciudad es una presencia de pesadilla
de esencia multitudinaria
a la cual pertenezco,
y a pesar de mis repetidos intentos,
no consigo abarcarla.
La ciudad no es solamente mi casa,
es una extensión de mi cuerpo,
enorme y descuidada.
(Brazos y piernas sueltas
que en aparente azar se entrelazan).
La ciudad es una incomodidad necesaria,
como una inyección de antibióticos
o una enfermedad hereditaria.
La ciudad cree que no la conozco
mientras me observa observarla.
Sé que le duele la progreso,
le aprieta la revolución
y tiene un tumor en las ánimas.
Ella sueña ser atenas
y yo la veo como capital de burocracia.
La ciudad que soy yo es xalapa.

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